1.08.2009

Otro sueño

El tema raro con los sueños es esta volatilidad de la memoria respecto a estas seudoexperiencias metafísicas personales, que algunos les den un significados, que otros las atribuyan a comer mucho antes de acostarse… al stress… no sé, yo hace tiempo no cuestiono tanto y acepto más. Por lo mismo procedo a escribir para recordar.

Creo que estábamos en áfrica y quizás yo era negro. Salgo al pórtico y veo el villorrio de chozas que entre ellas aparece un éxodo de familias enteras con parte de sus pertenencias arrancando. Me acerco a una persona y me cuenta que había una explosión de una plaga catastrófica y mortal… ébola o quizás otra, el tema es que la gente huía del lugar despavorida con lo puesto.

Entro en la casa y le digo a la Paz lo que pasa, y ella me dice que tengo que ir a ver si es verdad, y sin pensarlo me lanzo en dirección contraria al mar humano. Entre el caos y el miedo me abro paso y alcanzo a ver a lo lejos una camioneta azul que arranca, sobre la que veo dos cunas, y tras ella a un señor gritando que se habían llevado en esa camioneta a sus gemelos… en un instante llega otra camioneta igual, del mismo color que se estaciona en el mismo lugar… no me quedo a ver qué pasa y sigo mi camino por que estaba la cagá, toda la gente arrancando muerta de miedo.

Al rato de caminar llego a otro villorrio y alcanzo a ver una choza en donde había movimiento. Entro y veo gente enferma en las esquinas, sentadas en el suelo… y en el centro estaba un hombre que parecía ser el encargado, quizás el doctor… le toco el hombro y al voltear reconozco los rasgos del actor que representa al negro que guía a Parkman y Hiro en sus viajes metafísicos, y le digo “eres tu”, pero en este sueño no lo asocio a este personaje, sino que al líder de la revolución de Canudos en la novela de Vargas Llosa “La guerra del fin del mundo”: Antonio Conselheiro.

Me mira y con esa voz arrastrada me dice “bienvenido, que bueno que viniste a ayudar”. Lo veo rodeado de personas, sanándolas, cuando llega una niña de unos nueve años, negrita y crespita, con sus ojitos grandes y contrastados llenos de miedo que aunque obviamente no es la Amanda, la asocio con ella, por que el instinto me dice que todos los niños son los hijos de todos nosotros. Este santo le toma su brazo y le coloca una inyección, la niña toma la inyección y ella misma arrugando la cara aprieta para que entre el contenido.

Vuelo a mi casa y veo a la Paz desesperada agarrando unas pilchas para salir cascando lejos, pero le digo que se calme, que nos quedamos… que no sacamos nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ud., definitivamente, debe ser índigo.

Saludos