Botado como un perro en la calle mis amigos me encontraron. No hayaron nada mejor que llevarme al hospital.
Y me inyecto lo que en mi sangre envenenó.
Salvajes y cagados de hambre, sus ojos brillaron cuando me vieron. Cuando intenté arrancar como en un sueño pude volar.
Y me atrapó, se desangró pero volvió. Resucitó, envejeció, me perdonó y se redimió.
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