El Toño vivía a mitad de camino entre mi casa y el río, y era cotidiano pasar tardes enteras peluseando en los bordes que a esa altura conocíamos como la palma de nuestra mano. Un tramo de este borde lo flanqueaba un sendero casi casi habilitado para el transito vehicular, el que recorríamos de vez en cuando con la esperanza de encontrar algo choro entre los desperdicios que se botaban (supuestamente penado con no se cuantas UTM…), o agarrar los camotes y lanzarlos al agua. En ningún caso era competencia de quien llegaba más lejos, o quien tiraba la piedra más grande ni quien levantaba más agua, era solo un inocente y sano pasatiempo. La técnica para tirar piedras grandes, de un kilo o más, era de espaldas al río agarrar la piedra con ambas manos y con la fuerza combinada de las piernas, los brazos y la columna impulsar la piedra por sobre nuestras cabezas. Fue así como ni mi viejo amigo a estas alturas ni yo nos dimos cuenta de un tercer compañero de juegos que andaba merodeando más abajo y que recibió de pleno un proyectil de más de un kilo que lanzó en Toño. Guau dijo cuando recibió en pencazo y el Toño que se estaba dando la vuelta vió con desesperación que su perrita caía tiesa a las aguas del Antivero.
CONCHEMIMARE, MATÉ A MI PERRA!!!
Fue lo único que dijo en su característico acento sureño que nunca se le quitó… eso de decirle polquitas a las bolitas era de Linares pueh!, su ciudad natal. Yo por mi parte baje como pude hasta el río y logré ver a través de las cristalinas aguas de ese entonces a la perra chica jaspeada blanca con negro (típica quiltra) de espalda, inmóvil, con los ojos abiertos y lanzando gorgoritos por la boca.
TOÑO… PARECE QUE NO ESTÁ NÁ MUERTA.
Le grité al Toño que estaba apretado en el terraplén con las manos en la boca y los ojos como huevo frito. Mi vocabulario ha mejorado ostensiblemente desde entonces… La sacamos como muerta del agua y la llevamos en un saco a su casa, le hicimos una camita y le dimos leche tibia. Efectivamente no estaba muerta… respiraba y todo, pero había que meterle la leche a la fuerza. Permanecimos unos momentos contemplando al pobre animal que había caído en desgracia a mano de su propio amo… después me fui.
Al otro día seguía igual y así por varias semanas… se volvió la fijación del Toño que la atendía con el máximo esmero, hasta que un día mueve una patita, y luego la otra… y luego la cabecita, y la cabecita y la cabecita. El violento golpe dado en el cuello le dejó esa secuela… movía involuntariamente el cuello hacia arriba y abajo y hacia los lados. Primero se trataba de levantar y con los movimientos la pobre se caía. Ambos pensamos que hubiera sido mejor dejarla en su tumba líquida, que ese tierno y fiel animal no merecía estar pasando por esto… hasta que logró ponerse en pié con el ímpetu que solo tienen los animales gracias a su insuperable espíritu de supervivencia. Caminó decentemente luego de un par de semanas y luego de un mes ya hacía su vida casi completamente normal… si no hubiera sido por esta secuela del movimiento involuntario de su cabeza.
En el barrio la apodamos “La Plebiscito”, ya que como estábamos en pleno proceso de votaciones del Si y el No, y dado su característico movimiento de cabeza hacia arriba y abajo y hacia los lados, andaba todo el rato “Si Si No No”. La Plebiscito vivió muchos años y hasta se puede decir que plenamente… Tuvo varias camadas y de hecho yo me quedé con uno de sus cachorros por que fue con ella que mi perro, el Pillín, se pegó el único polvo de su vida. Lamentablemente el cachorro me duró poco.
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